¿Tiene algo que decir la lingüística sobre la polémica del “sexo débil”?
Hace unas semanas llegó a todos los medios generalistas la polémica sobre la definición de “sexo débil” y “sexo fuerte” del Diccionario de la Real Academia Española (DRAE), una definición que no es más que un vestigio de lo mucho que el machismo ha sido parte —y sigue siendo— de la ideología colectiva de los hablantes de español. Como sociedad, tenemos la responsabilidad de luchar por superar el machismo de una vez por todas. Sin embargo, ¿deberíamos presionar a la Real Academia Española para que elimine esta definición de su diccionario, como exige la petición de Change.org? ¿Tiene algo que decir la lingüística?
La lingüística es una disciplina que está tan manchada de machismo como cualquier otra. La Real Academia Española, la institución lingüística más conocida del mundo hispanohablante, ha sido acusada de machismo en innumerables ocasiones, notablemente porque entre sus cuarenta y seis académicos solo hay ocho mujeres. Pero, en esta polémica, la lingüística, representada más por el mundo académico que por la RAE, tiene mucho que decir.
un diccionario no es una especie de libro del bien y el mal que debe decir qué palabras y qué usos son dignos y cuáles no. Que una palabra no figure en el diccionario tampoco quiere decir que no exista.
Para entender cuál es la posición general de la disciplina, debemos previamente romper con una concepción muy extendida que es, sin embargo, errónea: un diccionario no es una especie de libro del bien y el mal que debe decir qué palabras y qué usos son dignos y cuáles no. Que una palabra no figure en el diccionario tampoco quiere decir que no exista, como nos contaba Elena Álvarez Mellado en eldiario.es. Lo más profundo del imaginario colectivo, lo que nos han enseñado en el colegio y lo que incluso dicen muchos de los académicos de la RAE parece indicar que sí, pero esa no es la función que cumple un diccionario del siglo XXI.
En lexicografía se suele hablar de dos tipos de diccionarios dentro de los diccionarios monolingües, es decir, de los diccionarios que contienen definiciones de palabras de una sola lengua, como el Diccionario de la Real Academia o el Oxford Dictionary of English. Se habla de diccionarios prescriptivos (o normativos) y de diccionarios descriptivos.
Los diccionarios prescriptivos establecen el “buen” uso de las palabras de acuerdo al juicio del autor. Los diccionarios descriptivos, por el contrario, tratan de recoger el uso de las palabras que hacen los hablantes, sin juicios de “corrección”.
Los diccionarios prescriptivos establecen el “buen” uso de las palabras de acuerdo al juicio del autor. Dicen cuál es la forma y el significado “correcto” de una palabra. Aconsejan sobre el uso de la lengua. La inclusión de cierta palabra y su significado no dependen tanto del uso real de la lengua que hacen los hablantes, como del gusto de los redactores del diccionario.
Los diccionarios descriptivos, por el contrario, tratan de recoger el uso de las palabras que hacen los hablantes, sea cual sea, sin juicios de “corrección”. Estos diccionarios son obras científicas y objetivas que tratan de recolectar el uso real de la lengua.
Lo hacen elaborando y analizando corpus lingüísticos, colecciones de inmensas cantidades de textos de todo tipo: desde artículos en prensa, libros y publicaciones científicas, programas de televisión y radio, a grabaciones de conversaciones informales, tuits o publicaciones de cualquier tipo en internet. En definitiva, recogen cualquier manifestación de la lengua en todos los formatos, contextos y variedades geográficas.
La lingüística ha superado mitos como que los cambios corrompen las lenguas y que hay variedades lingüísticas o usos lingüísticos mejores que otros. Ha desechado métodos subjetivos y caprichosos de un pasado oscuro por métodos científicos.
La lingüística moderna, como ciencia del lenguaje, suele rechazar el enfoque prescriptivo o normativo, prefiriendo limitarse a describir el uso real de la lengua. Es así porque la lingüística ha superado mitos como que los cambios corrompen las lenguas (no, simplemente cambian) y que hay variedades lingüísticas o usos lingüísticos mejores que otros (el andaluz o el español latinoamericano son tan válidos como el español vallisoletano).
La lingüística, así, ha desechado métodos subjetivos y caprichosos de un pasado oscuro por métodos científicos y mucho más objetivos. El académico ya no es el dueño de la lengua: los dueños de la lengua son los hablantes. Son los hablantes los que dan —y deben dar— forma a la lengua.
En este sentido, como obra científica, un diccionario descriptivo debe recoger todos los usos de una palabra, independientemente de que estos sean ofensivos, racistas, machistas u homófobos. “Sexo débil”, por desgracia, se utiliza para referirse a las mujeres, y un diccionario descriptivo debe dar parte de ello, de la misma forma que un periodista debe relatar cualquier suceso de carácter discriminatorio, por mucho que, como sociedad, nos gustaría que no ocurriesen. Que un diccionario descriptivo atestigüe su uso, pues, no quiere decir que lo recomiende, ni mucho menos.
El DRAE, ¿descriptivo o normativo?
Si un diccionario moderno debe recoger todos los usos, ¿entonces hace bien el Diccionario de la Real Academia Española al definir el sintagma “sexo débil” como “conjunto de las mujeres”. Si el DRAE es un diccionario descriptivo, sí. El problema es que nadie sabe qué tipo de diccionario es el de la RAE. Da la impresión de que ni los propios académicos lo tienen claro. Es un poco el diccionario de Schrödinger.
La RAE tradicionalmente ha realizado diccionarios normativos desde su fundación en 1714. Solo desde hace unos años la RAE ha adoptado una postura ligeramente descriptivista, forzada por el dominio de la lingüística descriptiva en el mundo académico, sobre todo en el anglosajón. La RAE, sin embargo, no ha hecho mucho por anunciar este cambio de paradigma lexicográfico, y la concepción general que la sociedad tiene sobre el diccionario sigue siendo la de un diccionario normativo: que este incluye solo las palabras y usos “correctos” y recomendados por los académicos de la RAE, los “guardianes” de la lengua.
Las pocas veces que la RAE ha tratado de explicar este cambio ha sido cuando se le ha acusado de racista (los casos más sonados han sido los de las definiciones de “gallego” y “gitano”) o sexista (por decenas de definiciones de usos machistas), por lo que su credibilidad en esos momentos inoportunos ha sido prácticamente nula. La cobertura mediática a la RAE y las declaraciones de algunos de sus académicos más conocidos, como Arturo Pérez-Reverte o Javier Marías, además, siguen posicionando a la Academia como una especie de cuerpo de policía de la gramática y las palabras.
La cobertura mediática a la RAE, la filología y la lingüística, en general, siguen promoviendo la antigua concepción que tiene la sociedad sobre los diccionarios. La RAE solo ha tratado de cambiar esta concepción cuando se le ha acusado de machismo o racismo.
La RAE es una institución manchada por el sexismo, con ideas clasistas que pueden llegar a acercarse mucho al racismo, y muchas cosas tienen que cambiar para que nos veas apoyando las ideas que tradicionalmente ha defendido esta institución. Sin embargo, la Academia tiene razón cuando dice que “sexo débil” debe formar parte del diccionario si ese es el significado que, desafortunadamente, le han dado muchos hablantes. La incorporación de una nota de uso “despectivo o discriminatorio” junto a la definición es una gran noticia y estas polémicas, en el fondo, son prueba de que estamos avanzando como sociedad .
La RAE debe decidir por situarse completamente como una institución de lingüística moderna, con una labor descriptiva y científica, y tratar de cambiar las concepciones erróneas que la sociedad tiene asumida sobre de la lexicografía, la lingüística y sobre su propio papel. Pero debe hacerlo con todas las consecuencias: dejando de posicionarse como guardianes de la lengua, como una institución que “limpia, fija y da esplendor” a la lengua, y especialmente dejando de apelar a la ciencia lingüística solamente cuando la sociedad le acusa de racismo o sexismo.